viernes, 22 de agosto de 2014

Casas muertas

Edición príncipe de Casas muertas,
Editorial Losada, Buenos Aires.
Cursaba yo segundo año de bachillerato cuando Severino, el profesor de castellano, propuso una lista de lecturas de obras venezolanas para el año escolar 1967-68. Recuerdo los nombres de algunas de ellas: Casas muertas, Doña Bárbara, Campeones, Puros hombres.... Fue un año que auguraba un buen enriquecimiento cultural pues Severino sabía dictar sus clases. Ese fue mi primer encuentro con Miguel Otero Silva y su obra.

Ya viejo y jubilado se me ocurre releer Casas muertas al verla en los estantes de una librería (Los Libros de El Nacional, Caracas, 2009). Me traía buenos recuerdos y decidí dedicarle un rato. Esta edición tiene un interesante prólogo de Jesús Sanoja Hernández que nos ubica esta novela en la trilogía con Fiebre y Oficina N° 1 y en el contexto histórico en que de desarrolla.

Esta es, a mi juicio, la mejor lograda de las tres novelas. Se trata  del abandono del campo y de los campesinos que se ha prolongado desde las guerras civiles del siglo XIX y concluyen luego de la muerte del General Juan Vicente Gómez, cuando el Estado venezolano se dispone a traer salud y educación para todos. Malaria, fiebre amarilla, anquilostomiasis, sífilis, analfabetismo y resignación son algunos de los males que afectan al país, de los cuales, justo es decirlo, no todos son achacables a la dictadura de Gómez. Era un país volcado hacia París, Berlín y Nueva York, con poco interés en si mismo; y de eso no se puede culpar sólo al gobierno, sino también, en alguna medida, al caudillismo (aniquilado por Gómez) y a unas élites despreocupadas.

Iglesia de Ortiz
Foto de José Jaime Araujo
La acción de Casas muertas comienza, por vía de la reminiscencia, hacia 1890, cuando Ortiz era capital del estado Guárico y concluye con el deterioro total del pueblo, ya venido a menos (aunque lo principal de la acción ocurre entre 1928 y 1932). Carmen Rosa, la protagonista es asertiva y firme, mientras que el pueblo vive resignado, entregados a su destino, resignados y sufridos. Su novio, Sebastián, hombre bregado y de pelo en pecho, muere de hematuria y con él se inicia y concluye el relato.

Veamos qué nos dice Jesús Sanoja Hernández:
Se ha catalogado a Casas muertas como la segunda parte de una trilogía que comenzó con Fiebre y concluye con Oficina N° 1. La sucesión de las etapas cronológicas o la reaparición de algunos personajes fundamentan tal apreciación. Fiebre cubre el período 1928, desde los sucesos preparativos de la Semana del Estudiante, en febrero, hasta el envío de estudiantes rebeldes a Palenque, en el Guárico, cerca de Ortiz, pasando por la montonera, 1929, en la cual el autor, en realidad participó. y Casas muertas, limitada a un pueblo-isla, según Fernando Aínsa, además de transcurrir en ese bienio, por la vía del recuerdo ocupa zonas del pasado, extendiéndose hasta 1890, y penetra en los primeros tiempos del petróleo en Anzoátegui, hacia donde emigraron personajes como Carmen Rosa, tan importante en el argumento de Oficina N° 1, cuyo término cronológico es 1940.
Casa orticeña
Foto de Alfredo Rojas (Flickr)
(...) Fiebre es una denuncia del sistema y del terror gomecistas. Casas muertas es la denuncia del mal morir de una ciudad aniquilada por el paludismo, el gamoralismo y las guerras civiles; Oficina N° 1 es la denuncia del mal nacer de una ciudad al rescoldo de la explotación minera imperialista.
De la contraportada de la edición de Libros de El Nacional:
A pesar de que son más de 5 décadas que separan aquella edición argentina de la que hoy presentamos, la novela mantiene su vigencia, lo mismo en punto a estilo: novedoso, vivo, dinámico, que en lo atinente a su temática. "Casas muertas -advirtió en su tiempo el autor- es la denuncia del mal morir de una ciudad aniquilada por el paludismo, el gamoralismo y las guerras civiles". Enfermedad, autoritarismo y violencia aparecen aquí como tres fantasmas que son uno solo, el que atestigua y propicia la lenta caída de Ortiz, el pueblo donde ha muerto Sebastián, el pueblo en el que Carmen Rosa tendrá que decidir si se queda o se va, ese pueblo donde como en ningún sitio se vivió del pasado, pero donde ahora lo que priva es la urgencia, la inmediatez, la crudísima realidad del presente.
Es una novela, a mi juicio que conviene leer y reflexionar. Por negligencia, han reaparecido enfermedades que se consideraban extirpadas de Venezuela, algunas de ellas las sufrimos hace un siglo y tenemos como muestra a Ortiz, ciudad glamorosa convertida en cascarón. Espero que no nos suceda.

Miguel Otero Silva

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