jueves, 10 de abril de 2014

Memorias de un adicto al sexo


Ignoro cuál habrá sido el objeto del autor al escribir Memorias de un adicto al sexo (La Hoja del Norte, Caracas, 2011) obrita sin mucho valor escrita bajo el seudónimo de Antonio Gaggia, "nombre sonoro con apellido de máquina de café". No se puede decir que es literatura erótica, tampoco es pornografía y, sin duda, tampoco pertenece a las bellas letras. Cuando uno abre este macizo ladrillo encuentra párrafos de 5, 6 o 7 cuartillas, sin mayúsculas y con un lenguaje aburrido,hacen regresar a la memoria las peroratas "filosóficas" precoito de los personajes del Marqués de Sade, pero sin el sabor libertino dieciochesco que supo imprimir a su obra el Divino Marqués. No, no entra en el esquema en la filosofía de tocador. Tampoco erotiza, ni provoca, ni incita. ¿Será un alarde?

En la contraportada tratan de venderlo como algo de valor:
(...) Estas memorias auténticas cuentan con detalle lo que puede ocurrir cuando un hombre y una mujer que se desean coinciden en una inocente posada en el mar o la montaña, en un restaurante cerrado, una oficina, un callejón. Cosas que no deberían hacerse en público, aunque no siempre se respeta.
Tampoco es corriente porque es anónimo. Justamente porque lo que cuenta es cierto, su autor optó por publicar bajo un nombre falso, por ocultar su verdadera identidad porque con eso oculta la de las audaces e independientes mujeres venezolanas que aquí miran, susurran, abren, cierran, levantan, acuestan, besan, lamen, muerden, aprietan, agotan enamoran. Las mujeres de distintos temperamentos, cotidianidades, colores, sabores y olores que alimentan la adicción de este hombre que se atrevió a cruzar la frontera que muchos avizoran pero pocos conocen de cerca; la que separa la fantasía de la realización, el sueño del recuerdo.
En un país como Venezuela, donde escasea en papel sanitario, me parece extravagante gastar pulpa de papel y tinta en imprimir esto. Algún uso tendrá, digo yo.

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