lunes, 18 de marzo de 2013

Siete momentos de la Pasión

Entrada de Jesús en Jerusalem, por Hypolite Flandrin

JERUSALÉN
Calles de Jerusalén, limitadas por muros amarillos, que se recortan, apaisados y lúgubres, sobre el verde entintado de los sicomoros. Cactus secos y dolientes, olivos viejos de Getsemaní, palmas desgarbadas y cimbreantes del Cedrón.
Vetusta estampa de Jerusalén, con sus viejos patriarcas y camellos y sus pozos idílicos y su mugre callejera.
Jerusalén la arcaica ciudad del templo soberbio, cuyas inmensas arcadas son mansión propicia a las hipocresías judaicas.
Jerusalén. Ciudad de Dios. Sión proterva que se alza desafiadora para apedrear a los profetas. ¡Gloria de Palestina! ¡Perla de Judá!
Jerusalén languidece bajo la férula del imperio de las Águilas Romanas...
Los judíos piensan en un Caudillo Libertador. Quizá sea posible que ese Nazareno que comenzó a predicar en el Jordán una extraña doctrina, levante en armas al pueblo contra César.
En Jerusalén se viene hablando de ese Gran Profeta. Lo afirma Sidoc, el ciego que vive cerca del Cedrón y que ahora tiene luz en las pupilas porque ese Profeta le tocó en los ojos. Lo dijeron Raquel y Rebeca, aquellas dos muchachas que sufrían calenturas malignas y ahora están sanas. Lo ratifica Sara, la dulce niña hermosa, paralítica desde su nacimiento, que ahora corre y salta como una gacela. Lo dice todo el mundo.
Ahora entra en la ciudad. Las ansias de libertad pueden más, y se sobreponen a la desilusión que produce este Profeta, que cabalga sobre un pobre jumento.
Y el aleluya surge de la algarabía, y hay brazos en alto y hay palmas y hay himno triunfal.

Mater Dolorosa in Monte Calvario venerata

DESPEDIDA

Entre la Madre y el Hijo, entre María y  Jesús, había vivido siempre toda un alma nueva de identificación, todo un binomio de amor y de ternuras.
Identificación en Belén, en el Egipto del destierro, en la vida oculta de Nazareth, en el primer milagro de las bodas de Caná, en su vida dinámica de apóstol durante tres años. "Bienaventurado el vientre que te engendró y los pechos que te amamantaron", le gritaban los humildes a Jesús cuando, por los caminos de Judea, sus manos de alargaban en una perpetua floración de milagros.
Pero el Hijo de María debía cumplir su misión redentora y debía separarse de Su Madre en una hora presentida desde la eternidad, para cumplir la voluntad de Su Padre. Se despidieron con la efusión santa del más santo de los amores en el más santo de los corazones. Se despidió el Hijo de Su Madre para encontrarse, más tarde, en la calle de la Amargura y en el monte de las Calaveras, junto a la Cruz, que es donde, a la postre, se suelen encontrar las madres con sus hijos.
María no ignoraba este momento. Y lo afrontó valientemente. Con la fuerza que Dios transmite al corazón de las madres que sufren y con la valentía de las mujeres que saben esperar con fe las horas menguadas.

La última cena, por Duccio di Buoninsegna
LA CENA
Aquellos doce hombres rudos se reunieron a cenar con el Maestro. No se trataba solamente de cumplimentar un rito prescrito por la Ley de Moisés para la víspera del 14 de Nisán, la gran Pascua de los judíos. Era la consumación del mayor de los regalos del Hijo de Dios a los hombres, de su más valioso legado, de su más invalorable herencia. Regalo, legado y herencia de su propio cuerpo vivo y palpitante, de su carne inocente de cordero pascual, la plenitud de su realidad divina, que, a partir de aquella noche, iba a quedar a merced de los hombres en la Eucaristía.
Aquella noche del primer Jueves Santo, noche de felonas lobregueces de traición, en que se estaba urdiendo la más tremenda de las conjuras y la más estupenda de las negaciones, ocurrió el prodigio abismal del amor de Jesús. El prodigio de la Eucaristía.
En el cenáculo tuvo lugar el lavatorio de los pies polvorientos de los discípulos, inclusive los de Judas, el traidor, y el sentido del sermón de despedida y el mandamiento nuevo que anexó al Decálogo sinaítico:
"Hijitos míos, un nuevo mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos..."
Bajo la luz desvaída y lechosa de una gran luna llena cuaresmal, el cenáculo se llenó de luz de mediodía. "Tomad y comed, porque éste es mi Cuerpo." "Tomad y bebed todos de este vino, porque éste es el cáliz que por vosotros y por muchos se ha de derramar en satisfacción de los pecados."
La Sagrada Cena no fue otra cosa que la primera misa que se celebró en el mundo, anticipación del sacrificio sangriento de la cruz que ocurriría al día siguiente.
La Sagrada Cena fue el anticipo del amor de Jesús, ese gran Sacerdote de la Nueva Ley, Víctima y Victimario, que ofició en el Cenáculo y ofició en el Gólgota.

La oración en el Huerto, por El Greco
EL HUERTO
Después del milagro de la última cena -milagro de convertido en carne de cordero-, necesita orar, porque se siente desfallecer y tiene el alma triste hasta la muerte. Ya pesa sobre su espíritu el drama del Viernes Santo.
Una granja de olivos espesos era el sitio preferido para su oración. La granja de Getsemaní. el huerto de los olivos, se regó esa noche con un extraño sudor de sangre.
"¡Padre mío! ¡Si es posible, pase de Mí este cáliz! Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. ¡Padre mío!".
Después, la traición, el tintineo de las treinta monedas de plata, el beso de Judas, el arresto, la noche de befas, la negación de Simón Pedro. Un drama que prolonga al Viernes Santo. La soldadesca.
"¡Vida el Rey!", es el escarnio que restalla, como un foete de acero, en su rostro tumefacto.
El sarcasmo no logra turbar la paz serena en que rebosan sus ojos inocentes de cordero. ¡Pero así era el Rey! Rey de azotes, de burlas; Rey de cetro de caña y de corona de espinas. Monarca con disfraz de mendigo, era el Rey porque reinaba -aun antes de la infamia final en el madero- sobre los dolores del mundo, sobre las infamias de los hombres, sobre la muerte de los cuerpos. Reinaba en el dolor, con la verdad y la justicia y la paz.
Los azotes preludian el gran drama de la cruz. Los azotes que se oyen como una lluvia de gotas de plomo.
¡Getsemaní! ¡Sudor de sangre! ¡La oración en el huerto!

Jesús con la  cruz a cuestas, por Duccio di Buoninsegna
CALLE DE LA AMARGURA
El sol, en pleno meridiano, prende sus fuegos sobre las cúpulas de Sión y retuesta y calcina los caminos por donde va y viene la mudez somnolente de los dromedarios...
Polvo y sol sobre las cuestas. A lo lejos, un rumor de fieras locas que pronto va creciendo y se torna en fragor de marejada.
Un hombre, tambaleante, cargado con una cruz inmensa. Paz dulce y serena en los ojos de cordero.
Un bárbaro artefacto de espinas le cubre toda la cabeza y le revuelve y ensangrienta la cabellera.
Polvo..., sol..., lágrimas..., sangre..., imprecaciones...
Jesús marcha con la cruz a cuestas...
Cae en tierra tres veces. Consuela a una mujer que llora por Él. Hubo un paño compasivo de Verónica clemente que le enjuga el rostro ensombrecido. Su Madre le ve y desfallece. Piadoso Cireneo le ayuda en esta última jornada tremenda.
Sube tambaleante el Nazareno y arrastra la cruz. ¡Arriba! ¡Hasta el fin, hasta el Calvario! ¡Hasta la muerte!

El beso de Judas, por Giotto
JUDAS
El personaje más siniestro de la Pasión es Judas Iscariote. Más siniestro que las concupiscencias de Herodes y el odio de los escribas y el miedo de Pilatos y los desplantes de la soldadesca en esta transacción macabra por un puñado de monedas de plata que hace el discípulo con los enemigos del Maestro. Por este traidor también sufrió Jesús la muerte y por este personaje -que los siglos futuros han revivido en todas las épocas- se alzó al Padre la plegaria del Hijo de Dios. Pero en la noche fatal de Judas no hubo luz. Como no la hay tampoco en esas noches eternas de insectos que muerden la inmundicia, de los que odian lo blanco y el sol, de los que dan la muerte con disfraz de caricia y alzan su baba en los caminos, los sembradores de espinas, los que calman su sed y hambre en los pingajos de una humanidad doliente, los que asesinan a tajos las reputaciones...; pillos y felones, espíritus de sierpe, almas de escarabajos que disparan sus dardos por la espalda a traición.
Judas no sintió arrepentimiento, sino desesperación. En la última cena lo hemos visto recibiendo el pan, transformado en carne de Jesús. Judas, pues, fue el primer sacrílego del mundo. Por eso no fue extraño verlo, al día siguiente de su alevosía, colgando péndulo entre las fauces de un barranco con una cuerda atada al cuello. Judas, este suicida, este atormentado, este personaje siniestro en la Vida y Pasión de Jesucristo, tuvo sobreabundancia de gracias para la reparación y el sosiego del arrepentimiento. pero Judas fue un obcecado, ciego y sordo a las voces y a las luces del espíritu.
¡Judas Iscariote! Traición, codicia, avilantez... ¡Péndula figura de un ahorcado!

Cristo crucificado, por Diego Velázquez

CALVARIO
Una a una, con la exactitud de las cosas eternas, se había ido cumpliendo en Jesús todas las viejas profecías premesiánicas, que se alzaban, como penachos de interrogación, entre las brumas del Antiguo Testamento.
Faltaba la hora suprema de la Cruz. Y esa hora sonó para el mundo. Y el mundo no la escuchó porque está sordo.
Para el mundo, el calvario y la crucifixión carecen de sentido.
Y frente  al Cristo clavado en la cruz, el mundo sigue odiando. ¡Odiando!
El drama de amor en el calvario tiene apenas un tímido valor de símbolo sin realidades. Esa oblación pura, por la paz y el amor, parece perderse entre los rencores que fermentan en las hondonadas de cada espíritu.
Ante la estampa emocionante de Cristo clavado en la cruz, muriendo de amor por los hombres, se escapa de mi corazón y de mis labios esta plegaria, que escribí en mis lejanos días de estudiante:
Señor manso, que estiras tus miembros amarillos
en el leño sangriento de la enorme tortura;
bajo tu misma sombra crepitan en la hondura
los rencores de tantos, Señor, tantos caudillos.

¡Regresa a tu Calvario! Constreñido de grillos,
repasa nuevamente tu calle de amargura.
Muere de nuevo en cruz. Tal vez sea menos dura
así la guerra cruenta, la lid de los caudillos.

¿Por qué el mundo es un piélago de odios y negrura
que brama y se revuelve sin gaviotas, sin brillos
de faro alguno? ¿Hasta cuándo tanta locura?

Quizá hasta que, de nuevo, tus miembros amarillos
se estiren en el leño de la enorme tortura
y tu sangre se vierta sobre tantos caudillos.

La Piedad, por El Greco
Se acerca la Semana Mayor. He aquí unas meditaciones de siete momentos de la Pasión del Señor, escritas en los años 50 por el padre Juan Francisco Hernández, entonces párroco de San José (luego lo sería con la dignidad de Monseñor en Santa Teresa), Caracas, con motivo de una Semana Santa. Fue transmitido por televisión, mas no en su programa Vida y Destino.

Escogí imágenes sobrias como creo que le gustarían  al P. Hernández para ilustrar sus escritos. Él siempre fue un duro crítico de las imágenes sensibleras y edulcoradas, y de las iglesias convertidas en quincallas de pacotilla. Siempre rechazó los "yesos pintados", adocenados y vulgares; "Cristos populacheros de caras inconfesables"; "Vírgenes con tipo de actrices de cine", o la brillantina, el papel crepé y el cartón pintado. Admiraba también el arte contemporáneo y las obras sacras de artistas como Matisse, Léger, Richier, Lurcart o Rouault, que enriquecieron iglesias en Francia. ¡Qué interesante sería, por ejemplo -dijo en una oportunidad- una Pasión de Poleo o una Coromoto de Narváez.

Si el buen cura estuviera vivo, explotaría en santa ira al ver cómo las mejores iglesias de Caracas están convertidas en baratillo; en "bazar de quincallería cursi", como las calificaba. Otro día tocaremos ese tema y lo documentaremos con algunas fotos, en particular de los bautisterios convertidos en depósitos y tiendas de chécheres.

Dios habrá sabido premiar a Monseñor Juan Francisco Hernández por su esfuerzo.


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