miércoles, 4 de abril de 2012

Curioseando en mi biblioteca con una pipa.


Revisaba mi biblioteca fumando una pipa y me topé con: EL LIBRO DE LAS PASIONES, Palabras para conocer nuestros deseos (Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2003). Esta mañana, hojeándolo encontré un texto de Paul Gaugin sobre el deterioro progresivo de su amigo Vincent van Gogh. Se llama Fumando su pipa y lo ilustré con obras del protagonista. Espero sea de su agrado.


Fumando su pipa
Quise hacer su retrato mientras él estaba pintando una de sus naturalezas muertas que tanto le gustaban: unos arados. Cuando lo terminé me dijo: "Por cierto que soy yo, pero yo me he vuelto loco".

Esa misma tarde fuimos al café. Tomó un ajenjo liviano. De pronto me arrojó el vaso con su contenido.Esquivé el golpe; lo alcé en mis brazos, salimos del café y cruzamos la plaza Victor Hugo. Pocos minutos después Vincent estaba en su cama, y se durmió sin despertar hasta el día siguiente.

Al despertarse me dijo con gran calma: "Mi querido Gauguin, tengo la vaga impresión de que ayer a la tarde te ofendí".

Respuesta: "te perdono gustoso y de todo corazón, pero la escena de ayer puede volver a ocurrir, y si me golpearas, no me podría contener y te estrangularía. Déjame que le escriba a tu hermano y le comunique que me vuelvo".

¡Dios mío, qué día!

Por la tarde, después que tragué mi almuerzo, sentí necesidad de salir solo y tomar aire a lo largo de algunos senderos bordeados de laureles florecidos.Ya casi había cruzado la plaza Victor Hugo cuando oí detrás de mí unos pasos bien conocidos, cortos, veloces, desiguales. Me volví en el preciso instante en que Vincent se arrojaba sobre mí con una navaja abierta en la mano.


En dos saltos llegué a un hotel en el que pregunté la hora, tomé una habitación y me acosté.

Me sentía tan inquieto que no me pude dormir hasta las tres de la mañana, y me desperté algo tarde, a eso de las siete y media.

Cuando llegué a la plazoleta vi que se había reunido una muchedumbre. Cerca de nuestra casa había algunos policías y un caballero menudo con sombrero hongo, que era el inspector.


Lo que había pasado era lo siguiente:

Van Gogh, apenas volvió a casa, se había cortado una oreja.


Cuando por fin pudo salir, con la cabeza cubierta por una boina que se encasquetó lo más que pudo, se fue directamente a una de esas casas en las que a falta de compañera uno puede elegir una amiga, y le dio la oreja al encargado, cuidadosamente lavada y metida en un sobre."Aquí tiene un recuerdo mío", le dijo. Luego se fue a casa y se acostó a dormir.
 

La última carta que me envió estaba fechada en Auvers, cerca de Pontoise. Me decía: "Querido maestro" (y esta fue la única vez que usó esa palabra), "después de conocerte y haberte hecho sufrir, prefiero morir en un buen estado mental y no en uno degradado".
Se pegó un tiro en el estómago y murió unas horas después, recostado en su cama y fumando su pipa, en pleno uso de razón, lleno de amor por su arte y sin odio hacia los demás.
Paul Gaugin         

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