viernes, 11 de noviembre de 2011

Los sabios consejos de Epícteto

Epícteto

Hace un par de días, como acostumbro a hacer con frecuencia, entré a una buena librería. Nada de particular en ello puesto que si a uno le gusta leer, lo más normal es no sentirse intimidado por muchos metros de anaqueles repletos de libros para todos los gustos. Compré tres: uno sobre té, una novela histórica y un librito en rústica titulado El Arte de Vivir, de Epícteto, filósofo estoico del siglo I. Lo compré porque estoy ampliando mi colección de autores de griegos y latinos. Fue una sorpresa ver algo de ese filósofo del que había escuchado comentarios pero nunca había leído; sorpresa doble porque además está editado en Venezuela (Eduven, Colección Sapientia, Caracas, 2011). Lo mejor fue cuando me animé a retirar la envoltura del tomo y empecé a leer las máximas. No tienen desperdicio y nos enseñan a vivir bien: libres y en paz con nuestra conciencia. De la contraportada, cito:


Epícteto fue un filósofo griego que vivió en Roma en el siglo I d.C. Es autor del tratado más importante del estoicismo romano. De sus disertaciones se conservan los cuatro primeros libros. Se trata de una colección de máximas y de enseñanzas morales expuestas en clara forma discursiva, orgánica y lograda con la brevedad, generalmente conocida gracias a la hermosa versión que hizo Giacomo Leopardi en 1825.
El bien supremo es la libertad, entendida como la condición en que nuestra vida se desenvuelve en función de hechos externos, casuales y contradictorios, si bien en conexión con nuestra personalidad. Tal conquista se logra por grados, educando la voluntad con ayuda de la razón y de la sabiduría.
La libertad según se desprende de las enseñanzas de Epícteto, comienza con el dominio de los propios impulsos irracionales, como instintos, vicios, pasiones, y se extiende al de las ambiciones, decepciones, hechos sociales y políticos, el miedo a las enfermedades y a la muerte.
Entresaco algunas máximas que tienen casi 2000 años y siguen vigentes. Espero sean de provecho:



  •  De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no. Dependen de nosotros nuestros juicios y opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos y nuestras aversiones: en una palabra, todos nuestros actos.

  • Las que no dependen de nosotros son: el cuerpo, los bienes materiales, la reputación, las dignidades y honores: en una palabra, todas aquellas cosas que no entran en el círculo de nuestros propios actos.

  • Las cosas que dependen de nosotros son libres por su misma naturaleza; nada puede detenerlas ni levantar ante ellas obstáculos. En cambio, las que no dependen de nosotros son débiles, esclavas, sujetas a mil contingencias e inconvenientes y extrañas por completo a nosotros.

  • Jamás te vanaglories de lo que de tí no dependa; de un mérito que en realidad te sea ajeno. Si un caballo pudiese hablar y dijera: ¡Qué hermoso soy!,sería al fin y al cabo tolerable, pues que, sobre ser verdad, lo decía un caballo; pero que tú te envanezcas diciendo: Tengo un hermoso caballo, no. Sin contar, además, que es envanecerse de bien poco, porque, ¿qué es lo que hay de tuyo en esto, fuera del mal uso que haces de tu imaginación? Sólo, pues, cuando uses de ella de acuerdo con la naturaleza podrás envanecerte y vanagloriarte, ya que entonces te glorificarás de un bien que en realidad te es propio.

  • Los verdaderos días de fiesta son y deben ser para ti aquellos en que has vencido una tentación o te has arrancado, o al menos dominado, el orgullo, la temeridad, la malignidad, la maledicencia, la envidia, la obscenidad en el lenguaje, el lujo o cualquiera de los vicios que te tiranizan. esto es lo que debe alegrarte y merecer tus desvelos y sacrificios con mucho más motivo que haber obtenido un consulado o el mando de un ejército.

  • No está en nuestras manos el ser ricos, pero sí el ser felices. Además, las riquezas no son siempre un bien, sobre que suelen ser poco duraderas.En cambio, la felicidad que proviene de la sabiduría dura siempre.

  • El ser libres o esclavos no depende de la ley ni del nacimiento, sino de nosotros mismos; porque todas las cadenas y todo el peso de ciertas prescripciones legales serán siempre mucho más leves que el dominio brutal de las pasiones no sometidas, de los apetitos insanos no satisfechos, de las codicias, de las avaricias, de las envidias y demás desenfrenos. Que aquéllas, cuando más, sólo podrán pasar sobre el cuerpo, y éstas, además, sobre el espíritu. Por malo que sea el amo a que aquéllas nos sometan, siempre tendremos momentos de respiro y esperanzas de manumisión; éstas nos someten a tantos y tan crueles, que generalmente muerte puede librarnos de su yugo.

  • Hay esclavos grandes y los hay pequeños. Los pequeños son los que se dejan esclavizar por cosas nimias, como banquetes, hospedajes y dádivas. Los grandes son los que se dejan esclavizar por un consulado o un gobierno de provincia. Todos los días ves esclavos ante los cuales andan lictores llevando haces, y éstos son más esclavos que los otros.

  • ¿Quieres dejar de pertenecer al número de esclavos? Rompe tus cadenas y desecha de ti todo temor y todo despecho. Arístides, Epaminondas y Licurgo fueron llamados el justo, el libertador y el dios, respectivamente, no porque poseyeran muchas riquezas y muchos esclavos, sino porque, aún siendo pobres, dieron la libertad a Grecia.





No hay comentarios:

Publicar un comentario