sábado, 19 de noviembre de 2011

Llegaron las langostas



La langosta (Palinurus elephas) evoca en mí recuerdos de la infancia. Cuando llegaba la temporada (de noviembre a marzo) papá compraba algunos ejemplares y los cocinaba. Los chillidos de los pobres animalitos al entrar en el agua hirviendo se olvidaban cuando nos comíamos unos medallones de su sabrosa carne. Para entonces no eran muy caras y era un pequeño lujo que podíamos darnos.

Volvieron las langostas, como todos los años. Las primeras que vi estaban en una cesta, muy vivas y ágiles se veían, pero tengo mis reservas con ese restaurant. Lamenté por ellas el triste fin que les esperaba. Tengo mis lugares donde sé que saben prepararla.

Me gusta simple; fría con salsa alioli, por ejemplo. Muy fácil de comer porque en la cocina la han sacado del caparazón, cortado en medallones y vuelto a armar. También a la parrilla, con mantequilla derretida. Así las como en algún restaurant cerca de mi casa; o tal vez en Asopado de langosta, como el que preparan en La Huerta, en Sabana Grande.  La de ayer me la comí a la brasa y la acompañé con un buen vino blanco.

También en el Centro de Estudios Gastronómicos de Caracas, CEGA, preparan durante la temporada un menú de degustación de langosta que es algo verdaderamente especial.

Es cierto que la langosta regresa cada año a nuestras mesas, pero debemos ser responsables y cuidarlas. En primer lugar, es importante evitar la captura de ejemplares muy pequeños que aún no se han reproducido.  Recuerdo con dolor las langosticas capturadas en Dominica y Haití, algunas eran hembras con su frustrada carga de huevos. Tampoco debe prolongarse la temporada más allá de lo debido para que siempre tengamos este regalo de Dios y no abusar de él. Recordemos lo que el sabio Henri Pittier decía sobre los recursos naturales: los hay no renovables y los hay difícilmente renovables. La langosta pertenece a estos últimos.

Luego de una buena langosta, no nos queda sino tomarnos un buen café expreso.


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